Fotografos
“Jamás olvidaré la primera vez que me pidió que la asfixiara. Las luces de la ciudad entraban por los resquicios de las cortinas, y una pequeña franja de luz verde neón cruzaba sus pechos. Sus pezones estaban erectos, hinchados y heridos por los constantes mordiscos; mi espalda, en consecuencia, rasgada por el despertar de su excitación. Su voz pausada y cortada me susurró al oído, mientras su mano recorría mis muslos hasta llegar a la entrepierna, sujetando mi miembro con fuerza cuando dijo ‘asfíxiame’. La miré a los ojos y noté ese brillo de quien está camino a su lugar favorito.
Tierna, delicada, expectante. Sentí que todas las noches en ese viejo hotel de la colonia Centro me llevaron a ese preciso momento. Antes de responder, recordé la mirada de esa tímida chica que conocí en la calle, y a quien sin saber por qué, seguí hasta su casa. Recordé el par de ojos marrones viéndome a través de la cortina y el zapateo de vuelta a la puerta. El encuentro, la invitación y un mecánico intercambio de fluidos. Sentir las marcas de las cuerdas que sujetaban sus muñecas a la cama, notar el rimmel corrido a causa de las lágrimas de placer y esa mirada torcida al azotarme. Me sentí parte de algo mucho más grande y más placentero. Y me dejé llevar.
Ella esperaba mi respuesta, y sin dudarlo más, coloque mi mano izquierda alrededor de su fino cuello, mientras mi otra mano recorría caminos al sur de su ombligo”.